jueves, 2 de junio de 2011

El tren de la bruja

Esta semana se me va a hacer super corta. El lunes Helena y yo nos cogimos la maleta y el portátil y nos fuimos al tren: primero de Nijmegen a Ámsterdam a pillar el Thalys (el AVE francés) para llegar a París. Y allí cambiar de estación para ir a Évreux. Resumen: salimos de casa sobre las ocho y media de la mañana y llegamos al hotel a las siete de la tarde. Eso es eficiencia.

El trayecto en Thalys no tuvo mucho que comentar: en el último vagón, de espaldas a la dirección del movimiento (que resultó ser como fuimos en todos los trayectos, uff, menos mal que no nos mareamos), lejos del coche-bar y rodeadas de una excursión de jubilados australianos que liaron una bien gorda para subir todas sus maletas a la parte de arriba. Al menos nosotras ya habíamos acomodado las nuestras. La siestecita que nos echamos en algún momento entre Bélgica y Francia vino de miedo. Sobre todo porque me terminé el libro muy rápido y ya no tenía nada más para leer. Por suerte el mp4 iba cargado a tope.

Ya en París nos tocó hacer ejercicio. Todas las escaleras en esa parte de la estación eran normales, salimos a coger el metro y resulta que estaban cerrados los tornos por un perímetro de seguridad de la policía. Pues nada, a subir unas escaleras (no mecánicas) con la maleta, cruzar la calle y entrar a la estación por otro sitio. Menos mal que había ascensor. Empezamos a buscar el andén. Nos equivocamos, subimos al pasillo, resulta que todas las escaleras son de subida y ninguna de bajada. Otra vez al punto de partida para encontrar el pasillo de escaleras de bajada. Y ya por fin entramos en el andén correcto. Llegamos a la estación de Sant Lazare y están en obras. Joder, otra vez a cargar con la maleta. Pero bueno, compramos el billete (bueno, Helena lo compró que sabe francés, a mí me habrían mirado con cara rara, como durante todo el viaje, jaja) y salimos fuera (previa subida a pie de la maleta) a la calle principal. Tiempo para comer un bocadillo en baguette que me destrozó el paladar y me dejó los dientes más limpios que cualquier manzana verde, entrar en el Fnac, el Zara y de vuelta para la estación.

El siguiente tren era más cutrillo e iba lleno. Helena no paraba de decir que era el tren a Talavera. Si os preguntáis qué hace una portuguesa hablando de Talavera, la respuesta está aquí.

Y ya en el hotel. Muy mono, con tele que no encendí en los 3 días, wifi gratis que me vino muy bien para ver el email del curro y leer lo de los pepinos españoles.

Tras una reunión de medio día el martes a ver la mega ciudad que ya habíamos visto el lunes por la tarde. Compramos los billetes para volver el miércoles, vimos las tiendas, volvimos al hotel, salimos a cenar en un sitio muy guay con estrellas michelín y donde me ignoraban porque hablaba inglés. Según Helena la camarera flipó cuando dije que yo quería el entrecot. Mira que yo decía lo que quería y además señalaba con el dedo. Pues nada, que no, miraban a Helena como dicendo "Y esta paleta qué quiere". Paseíto de vuelta al hotel y a dormir.

Al día siguiente otra vez para el tren. Salimos con mucho tiempo del hotel y nos tocó esperar en la estación rodeadas de gente con maletas. Ay las maletas. Que llega el tren y nos vamos a sentar. Sube Helena su maleta, coge la mía y no atina. No pudimos ninguna de las dos. El chico de al lado que nos ve y nos dice en español que si necesitamos ayuda, porque claro, liamos una en el tren, entre descojonándonos, Helena diciendo que si llevaba un muerto en la maleta (no, el portátil), poniéndose la maleta encima de la cabeza, yo tirando para un lado y diciendo que cuidado con la cabeza de la de delante. Y en esto que llega un chico super mono, me coge la maleta de las manos y la sube. Merci, merci. Y a descojonarnos todo el trayecto del tema. Al final resultó que el chico viajaba con su familia y eran americanos. Nos los volvimos a encontrar en el Thalys de vuelta. El mundo es un pañuelo, pero creo que ellos solo iban hasta Bruselas.

Otro metro a la estación. Con suerte, porque por lo visto justo después del nuestro había problemas por un accidente. En la estación del norte salimos a comer. Ohhh pollo asado, cuánto tiempo.

Esperamos al tren y buscamos nuestro vagón (con tiempo a ver al chico americano otra vez, jeje). El tren de la bruja, chu-chu.

Buscamos nuestros asientos y mientras subimos las maletas me fijo en el hombre que se iba a sentar delante de mí. Veo que lleva algo en las manos: ¡un gato suelto! Helena iba todo el camino mirándolo y diciendo que tenía que estar drogado, porque casi no se movió en todo el rato. Llegaron dos chicas asiáticas, una intentando subir una bolsa arriba, por encima del hombre del gato. Eran peores que nosotras en el otro tren. La bolsa no cabía y el hombre empezó a decirles que al final le iban a tirar la bolsa en la cabeza. Desistieron.

A la izquierda llevábamos a una madre y su hija de unos 10 años jugando con el iPhone. Según Helena llegó un momento en el que la niña le estaba enseñando un juego y la madre se emocionó tanto que le arrebató el cacharro a la cría de las manos.

Delante de ellas tres críos de entre 9-13 años, diría yo. Tres horas y media de viaje incordiando, que si el iPhone, que si la Nintendo, que si el libro, la revista, ahora me pongo a darte patadas, ahora te tiro del pelo, unas galletas, todo por el suelo... y los padres a tres kilómetros de ahí. Desde luego que un viaje aburrido no fue.

Me pasé medio viaje poniéndome de pie en el asiento para llegar a mi maleta. Se me había olvidado sacar la botella de agua, luego saqué el bolso para coger dinero, luego lo volví a guardar, luego Helena me pidió el cargador de su iPod, etc. Debían estar flipando conmigo, sobre todo el gato.

La primera vez que me levanté al baño el de mujeres estaba ocupado y el de hombres libre. Espero a que se abra la puerta del de mujeres y sale un hombre (¡!). A partir de entonces dije que para qué esperar, las otras dos veces entré en el de tíos que estaba libre. Total...

Helena se levantó primero al coche-bar y volvió traumatizada por una americana que estaba mareando a la chica preguntado qué era eso de "baguette emmental", jajaja. Luego yo me levanté a comprar algo de comer, y para poder pagar con la tarjeta de crédito (mínimo 10 euros) pillé 2 yogures, una magdalena y una botella de agua. Precio justo, jaja.

Llegamos con retraso al final. Y mientras esperábamos a que se bajara todo el mundo la americana que no sabía qué era el emmental me dio una hostia con la mochila que casi me tira las gafas. La madre del iPhone se puso en el medio haciendo cola porque estaba abriendo la maleta.

Al final salí la última del tren, jajaja.

Desde luego que largo el viaje fue, pero entretenido un rato.

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